25 de nov. 2017

Mirando a los ojos a la violencia fascista

En ese momento, en tus oídos, cesa todo el barullo. Solamente tengo ojos para la navaja en el cuello de mi hermano con la que uno de los ultras que nos han rebentado el concierto de música tradicional en la Plaça de la Concòrdia (BCN) me amenaza. "Qué, qué vas a hacer ahora", me grita mientras la presiona contra el cuello de mi hermano. La refriega ha sido inesperada: han saltado sobre el generador, se han cargado la música y las luces y eso ha sembrado el caos entre músicos y la gente que tranquilamente estaba bailando. Cuando hemos reaccionado este ultra, navaja en mano, ha cogido a mi hermano. Le miro fijamente, sin decir nada. Me mira, mira a su izquierda, mira a su derecha. No sabe qué está pasando a su alrededor, ni si sus colegas lo han dejado solo. No dejo de mirarle. Retrocede un poco, y entonces aprovecho que sigue buscando a los suyos con la mirada para lanzarme sobre él cogiéndole fuerte la muñeca de la mano en la que sostiene la navaja, separándola del cuello de mi hermano y retorciéndosela en la espalda. Nos empujamos, y se larga corriendo.

Era la Barcelona de finales de los 80. La Barcelona de la impunidad ultra. Esa Barcelona que creíamos ya olvidada desde el despliegue de los Mossos y que ha vuelto. Y como siempre, como entonces, con esa frontera tan permeable entre policía nacional, guardia civil y ultras. La protección. La impunidad. La connivencia.

El Estado Español es un estado podrido hasta el último de sus poros. No hay nada en él que haya quedado al margen de esa podredumbre: gobierno, mayoría de partidos políticos, medios de comunicación, poder judicial, empresas del IBEX, etc.

Un estado podrido donde ya todo es mentira. Mires donde mires, mentiras. Mentiras cada vez más repugnantes. Mentiras que cada vez los hunde más en ese mundo delirante que se han fabricado.

Repiten una y otra vez que el proceso independentista ha fracturado la sociedad para no tener que reconocer que lo que ha habido es un democrático cambio en las hegemonías políticas. Cuando el independentismo era testimonial, según ellos, no había fractura. Ahora que el independentismo es hegemónico y ellos camino de la residualidad, eso implica fractura. Hay que tener huevos...

La letanía de la fractura la acompañan de una mentira todavía más repugnante: la de la violencia y amenaza independentista sobre los no independentistas.

La primera vez que te rompen la nariz todo te resulta muy desconcertante. El dolor. La sangre caliente que se te mete en la boca. De repente estás en el suelo, casi sin saber como ha sido. Seguimos en los 80. Calle Numancia. No sé donde iba, pero me encuentro con 3 ultras arrancando los carteles que habíamos puesto la noche anterior, o pintando encima de ellos simbología fascista. Se lo recrimino, y sin mediar palabra uno de los tres me lanza un golpe de puño directo a la nariz. Vuelo y aterrizo en la acera con la nariz sangrando a ríos. Por suerte se largan, y yo me quedo con el dolor anímico, físico y la estupefacción de la gente que había en la parada de autobus, que lo han visto todo pero no han hecho nada.

Es la Barcelona de la impunidad ultra. Para qué denunciar?

Mi primer "choque" con la ultraderecha había sido en la Facultad de Derecho, cuando yo hacía segundo curso (1985-86). Sobre el peligro de los ultras nadie te avisa hasta que te empiezan a pasar cosas. Para alguien como yo, crecido en el barrio de San Ildefonso, era un mundo desconocido. Pero ese día ahí estaban, rodeándome en el vestíbulo de la Facultad, porque había puesto un cartel convocando a una mani por la tarde por la muerte de Mikel Zabalza a manos de la Guardia Civil mientras estaba detenido. Noviembre de 1985. Yo estoy solo. Ellos son 7-8, y más veteranos que yo. Empujones, sacudidas... Y la suerte del "principiante". La escena la vió (o le avisaron) Ricard Gomà, a quien yo no conocía, pero que era el jefe de la representación estudiantil en la Facultat (después sería concejal en el Ayuntamiento de BCN por ICV). Desde las escaleras de secretaría les gritó que me dejaran, que se había quedado con todos los que eran y que si me pasaba algo no pararía hasta que les expulsasen de la Facultad. Renegaron que no se metiera, pero me acabaron dejando.

Las tensiones con los ultras en la Facultad fueron permanentes. El día más jodido fué cuando trajimos al eurodiputado Txema Montero a dar una conferencia. Programarla fue un error, no debíamos haberlo hecho. Pero lo hicimos. La conferencia no pudo celebrarse. Aquel día desembarcó en la Facultad lo que debía ser toda la ultraderecha de Catalunya y parte del extranjero. Gente que me paraba "a ver como sales de esta hoy, Abad" mientras abrían su cazadora para mostrarme la culata de la pistola. Conseguimos no pasara nada.

Nuestra militancia indepe durante los 80 y los 90 está salpicada de infinidad de "anécdotas" así. Hasta el despliegue de los Mossos. Aquello acabó con la impunidad ultra. Y sin impunidad, con su violencia.

Con los 12.000 policías nacionales y guardias civiles desembarcados en Catalunya para ejercer una violencia sin límite contra la población catalana fijaos qué casualidad! ha vuelto también la violencia ultra en nuestras calles. Y su impunidad.

Cuando acabé la carrera, el entonces jefe de los ultras, actualmente concejal del PP en un pueblo de la provincia de Barcelona, me vino a buscar "Abad, no sabes las veces que nos hemos reunido para ver como te dábamos una paliza, pero tienes huevos tío, y al final siempre lo acabábamos dejando". Así pasamos algunos por la Universidad... Así era nuestro día a día contra la violencia fascista y su impunidad.

Así la reconocemos, en todos sus detalles, ahora que ha vuelto. La misma violencia fascista, la misma impunidad fascista. El mismo origen.

Y ante ella, nuestro compromiso de siempre para combatirla, para plantarles cara, para no retroceder nunca. El combate al fascismo forma parte, en Catalunya, de una larga cadena de compromisos que, generación tras generación, hemos construido, de la que formamos parte. Y no hay mayor honor posible que formar parte de ella.

DONEC PERFICIAM